NOVÍSIMA NARRATIVA: EL POST-BOOM Y LA POSMODERNIDAD

                                                                                  sacado de Huellas de las literaturas latinoamericanas de John Garganigo et. al.
 

La narrativa hispanoamericana más reciente (de 1975 en adelante), tras haber experimentado innovaciones vertiginosas en las décadas del sesenta y setenta que le merecieron el nombre de “nueva” ha sido designada, a su vez, con calificativos como "novísima", "posmoderna” o del "post-boom". Ninguno de los conceptos es preciso y hay quien dice que todos son malogrados, pero el término "post-boom" ha sido el más usado y el más criticado, tal vez, porque "tiene la desdicha de ser correlativo de otro movimiento, de hace un cuarto de siglo, que todavía se discute y cuyo nombre no fue ni muy acertado ni aceptado: el boom" (Giardinelli, 182). La mayoría de los escritores involucrados en el debate taxonómico optan por autodefinirse como "novísimos" Para ellos, la asociación con el "post-boom" significaría algo inaceptable- primero, la adopción de un término extranjero que tiene un matiz peyorativo debido a sus connotaciones comerciales y, segundo, un tácito reconocimiento del carácter meramente epigónico de su propia obra.

La línea divisoria entre la nueva y novísima narrativa suele ubicarse a mediados de los años setenta: la nueva narrativa es interpretada como producto de la década optimista de expectativas revolucionarias, mientras la novísima escritura queda estrechamente vinculada a la época de desilusión con los proyectos de democratización (ver los estudios de Marcos y Gutiérrez-Mouat). Novelas como De amor y de sombra (1984) de la chilena Isabel Allende (1942-     ), Ardiente paciencia (1985) de su compatriota Antonio Skármeta (1940-     ), La última canción de Manuel Sendero (1982) de otro chileno Ariel Dorfman (1942-    ) o El color que el infierno nos escondiera (1981) del uruguayo Carlos Martínez Moreno (1917-1986) y Días y noches de amor y de guerra (1978) de su compatriota Eduardo Galeano (1940-     ), pueden servir como una pequeña muestra de la enorme diversidad de formas que sirven para abordar la experiencia de dictaduras, violencia y exilio. (Tiene más que ver con la situación política de sus países ...)

Buscando una síntesis de los últimos años, Gerald Martín nota también un cambio generacional que se hace evidente con la muerte de escritores asociados con la eclosión y el reconocimiento universal de las letras hispanoamericanas (Neruda, Asturias, Carpentier, Cortázar, Borges, Rulfo). Para Skármeta, los "novísimos" son los escritores nacidos alrededor de 1940.

El grupo de la novísima narrativa

En la amplia nomina de autores que corresponden a este criterio generacional, los más reconocidos y leídos, junto a los ya mencionados, son: los cubanos Severo Sarduy ( 1937_  ) y Reinaldo Arenas (1943-1991), los argentinos Manuel Puig (1932-1991), Ricardo Piglia (1940-    ) y Luisa Valenzuela (1937-    ) y el colombiano Rafael Humberto Moreno Duran (1946-     ).

Quizás 1977 sería un año clave para tomarlo como punto de partida en nuestras consideraciones sobre la transformación de las formas narrativas, puesto que de aquí en adelante -al calor del éxito de los "novísimos"- entre los escritores más descollantes del boom puede observarse un progresivo abandono de formas estructuralmente complejas, herméticas, metaliterarias, a favor de novelas más accesibles al lector, organizadas alrededor de una trama-legible . Tras haber cultivado estructuras tan laberínticas como las de Conversación en La Catedral, El obsceno pájaro de la noche, Terra nostra y El otoño del patriarca: Mario Vargas Llosa, José Donoso Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez derivan con sus "novísimas" novelas hacia un estilo más sencillo y una organización del relato sobre un argumento fácil de seguir. Sin embargo, hay que notar que es engañosa la sencillez de novelas como La tía Julia y el escribidor (1978) de Vargas Llosa, La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980) de Donoso, La cabeza de hidra (1978) de Fuentes o Crónica de una muerte anunciada (1981) de García Márquez. En todos estos casos la aparente reproducción de modelos de literatura y cultura populares (literatura detectivesca, radionovelas, romance) desemboca en una transgresión por medio de las más diversas formas de humor (parodia, ironía, carnavalización, inversión y distorsión grotesca).

La novísima narrativa hispanoamericana recurre a la parodia con una insistencia peculiar. Se trata de algo más que una típica rebeldía cuyo objetivo sería la denigración de formas ya gastadas. Si bien algunos escritores, como el colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño en Breve historia de todas las cosas (1976) o Isabel Allende en La casa de los espíritus (1982) de hecho dirigen sus críticas contra los modelos discursivos asociados con el boom —como el realismo mágico—, otros autores reescriben textos anacrónicos con el objetivo explícitamente juguetón, pero exento de sarcasmo (la trilogía Femina Suite, 1977-1983  de Moreno Durán). La obra entera de Sarduy -escrita a partir de su contacto con el grupo parisino “Tel Quel” — parece inscribirse en esta veta de humorismo paródico subversivo, exuberante, cuyo blanco de ataque es la novela misma (Cobra 1972- Maitreya 1978; Colibrí 1983; Cocuyo 1990). En otros casos el humorismo va entreverado con una despiadada sátira social como en Palinuro de México (1977) del mexicano Fernando del Paso (1935-    ) o El bazar de los idiotas (1974 del colombiano Gustavo Alvarez Gardeazábal (1945-    ). Para Julio Ortega el hecho de que los componentes de "violencia", "injusticia", o "pasiones extremas" cambiaran ostensiblemente a "comedia", "intriga" o "pasiones banales" significó en su momento una despolitización peligrosa de la novísima narrativa y la necesidad urgente de ensayar perspectivas completamente nuevas.

Cuando se intenta esbozar un panorama de un fenómeno tan cercano como la narrativa en cuestión, las dificultades que surgen son insalvables. Cualquier tentativa de sistematización es en este caso debatible y parcial debido a la inmediatez de los fenómenos descritos y a la enorme diversificación formal de la escritura hispanoamericana de las últimas dos décadas. No menos significativo es el desdibujamiento posmoderno de la noción de canon y de género literario. Los críticos abordan la novísima narrativa desde varios puntos de vista, pero todos ponen énfasis en la noción de evolución literaria concebida en términos de continuidad y ruptura. Dicho de otra manera: mientras la novísima narrativa rechaza critica y parodia algunas premisas de la escritura precedente, al mismo tiempo profundiza en los temas heredados y consagra los recursos formales hasta ahora marginados. Resumiendo y simplificando al máximo las ideas de Giardinelli, González Echevarría, Marcos, Rama, Shaw y Skármeta, podría llegarse a un balance provisorio con respecto a las

características de la narrativa hispanoamericana a partir de 1975:                                                          

1) Recuperación del realismo distingue a los novísimos de la promoción anterior, cuyo interés recaía más sobre el proceso mismo de la creación (metaliteratura) y sobre las dimensiones imaginarias, mágicas y fantásticas de la experiencia humana (opinión de Rama).

2) Un tangible aumento de novelas de tema histórico que emprenden la tarea de releer la historia por medio de una reflexión metahistórica, que incluye la parodia y la distorsión grotesca con el objetivo de deconstruir la historiografía oficial. En este renacimiento de novelas históricas participan escritores de diferentes generaciones, nacionalidades y orientaciones ideológicas. Podrían atarse como ejemplos representativos: en Argentina, Los perros del paraíso (1983) y Daimón (1978) de Abel Posse (1936-    ), El entenado (1983) de Juan José Saer (1937-    ), La novela de Perón (1985) de Tomás Eloy Martínez (1944-     ), Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia; en México, Terra nostra (1975) y Gringo viejo (1985) de Carlos Fuentes, Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso, Los pasos de López de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983); El mar de las lentejas (1979) del cubano Antonio Benítez Rojo (1931-     ) y El arpa y la sombra (1979) de su compatriota Alejo Carpentier; Memoria del fuego (1982) del uruguayo Eduardo Galeano (1940-     ); La guerra del fin del mundo (1981) de Vargas Llosa y El general en su laberinto (1989) de García Márquez; Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979) del venezolano Miguel Otero Silva.

3) Auge del testimonio: la novela testimonial —que sigue el modelo establecido por el cubano Miguel Barnet con su Biografía de un cimarrón (1966)— llega a convertirse en una de las formas más cultivadas y críticamente reconocidas. En palabras de John Beverley, "un testimonio es una narración —usualmente, pero no obligatoriamente del tamaño de una novela o novela corta— contada en primera persona por un narrador que es a la vez el protagonista (o el testigo) de su propio relato. Su unidad narrativa suele ser una 'vida' o una vivencia particularmente significativa (situación laboral, militancia política, encarcelamiento, etc.)" (173). Lo que distingue al testimonio de formas autobiográficas tradicionales es la presencia de un editor solidario con la causa del pueblo que sirve de intermediario entre el testigo y el público lector. Estos textos se destacan por su originalidad, valor humano y estético, los siguientes testimonios: Si me permiten hablar (1977) de la boliviana Domitila Barrios de Chungara (ed. Moema Viezzer), Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1983) de la guatemalteca Rigoberta Menchú (ed. Elizabeth Burgos) y las novelas testimoniales Hasta no verte Jesús mío (1969) de la mexicana Elena Poniatowska (1933-      ), La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1983) del nicaragüense Omar Cabezas Lacayo y un día en la vida del salvadoreño Manlio Argueta (1935-    ).

4) El exilio interior y exterior, el motivo de distancia y desgarramiento conforma la escritura de numerosos autores, particularmente en la década del ochenta. Ejemplifican esta tendencia Luisa Valenzuela, Mempo Giardinelli y Daniel Moyano (1928-    ) (Libro de navíos aborrascas, 1983) de la Argentina, Cristina Peri Rossi del Uruguay, la chilena Isabel Allende y el escritor cubano Reinaldo Arenas (1943-1991) El exilio aparece también en la obra de los escritores antes reconocidos como en Primavera con una esquina rota(1983) y Geografías (1984) de1 uruguayo Mario Benedetti (1920-   ) o en El jardín de al lado (1981) del chileno Donoso.

5) La creciente importancia de autores no capitalinos y la vuelta a temas rurales y a la exploración de la tierra y de la denuncia social. Esta voluntad artística de recrear la realidad local, sin reducirla a la mera variante del regionalismo tradicional o a una modalidad del realismo exótico, aparece con particular insistencia en la obra de los mexicanos Eraclio Zepeda y Jesús Gardea y de los argentinos Mempo Gardinelli y Daniel Moyano.

6) El enriquecimiento de los distintos registros del lenguaje coloquial con las variantes regionales y la insistencia particular en el habla de los que —a causa de su clase social, raza, sexo o preferencia sexual- han sido marginados o considerados “periféricos” a la cultura dominante (burguesa, europeizante, patriarcal). La guaracha del Macho Capacho (1976) del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez (1936 -) ejemplifica esta tendencia.

7) La osadía en la exploración de la sexualidad. El decidido paso a formas de escritura erótica imaginativa está marcado por novelas como El beso de la mujer arana (1976) del argentino Manuel Puig, Monte de Venus (1973) de Reina Roffé (1951- ) la obra de Cristina Peri Rossi (Solitario de amor 1988) o la trilogía Femina suite (1977-1983) de Moreno Duran.

8) Una presenciamos establecida de la escritura femenina y el creciente reconocimiento critico de la misma. Además de las escritoras ya mencionadas, una nómina -lejos de ser completa— de las individualidades más descollantes de la novísima prosa incluye a: Elena Poniatowska, Isabel Allende, Rosario Ferré (1938-     ) Marta Traba (1930-1983), Diamela Eltit (1949- ), Albalucía Ángel (1939-).

9) En contraste con la prosa del boom, la novísima narrativa abandona tanto los grandes metadiscursos (el mito) como la obsesiva búsqueda de la identidad (latinoamericana

nacional). De acuerdo con las tendencias de la posmodernidad, el énfasis recae en la fragmentación de la identidad y del canon estético. De ahí la insistencia sobre lo local, lo diferente, lo periférico, según observa Doris Sommer al estudiar lo que ella denomina el regionalismo cultural judío, cuyos representantes más destacados son el peruano Isaac Goldemberg (1945-     ) con su La vida a plazos de don Jacobo Lerner (1976) y el argentino Mario Szichman (1946-     ) con su saga de la familia de los Pechof. 

En resumen: la copiosa producción novelística de los setenta y ochenta en Hispanoamérica demuestra una diversificación de estilos y tendencias ideológicas. A pesar de una vuelta hacia modelos narrativos más "legibles" —user friendly, diríamos, tal vez, en inglés— incluso novelas como El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989) de García Márquez o Vigilia del almirante (1992) de Augusto Roa Bastos, no pueden llamarse "tradicionales" en el sentido estricto de la palabra. No cabe duda de que la experimentación formal —llevada a sus proporciones vertiginosas en las décadas anteriores— ha dejado una huella indeleble sobre la manera en la que el narrador hispanoamericano enfrenta y moldea la complejísima materia llamada Latinoamérica.

BIBLIOGRAFÍA

Ainsa, Fernando. "La nueva novela histórica latinoamericana." Plural 240 (1991): 81-85.

Beverley, John, y Marc Zimmerman. "Testimonial Narrative." Literature and Politics in the Central American Revolutions. Austin: University ofTexas Press, 1990. 173—211.

Giardinelli, Mempo. "Variaciones sobre la postmodernidad." Puro cuento 23 (1990): 182.

González Echevarría, Roberto. "Severo Sarduy, the Boom and the Post Boom." Latín American Literary Review 15.29 (1987): 57-71.

Gutiérrez-Mouat, Ricardo. José Donoso: impostura e impostación. La modelización Indica y carnavalesca en la producción literaria. Gaithersburg, Md.: Hispamérica, 1983.

Jara, Rene, y Hernán Vidal. Testimonio^ literatura. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1986.

Marcos, Juan Manuel. De García Márquez al post-boom. Madrid: Orígenes, 1985.

Ortega, Julio. "La literatura latinoamericana en la década del ochenta." Revista Iberoamericana 110-11 (1980): 161-65.

Rama, Ángel. La novela latinoamericana 1920—1980. Bogotá: Instituto Colombiano de

Cultura, 1982.

Shaw, Donald. "Towards a Description ofthe Post-Boom."5u//e£in ofHispanic Studies 66  (1989): 87-94.

—————. "On the New Novel in Spanish América." New Novel Review 1.1 (1993): 59-73.

Skármeta, Antonio. "Perspectiva de los novísmimos." Hispamérica 28 (1981): 49—65.

Skiodowska, Eizbieta. La parodia en la nueva novela hispanoamericana. Amsterdam/ Philadelphia: John Benjamins, 1991.

Sornmer, Doris, y GoergeYúdice. Ed. Larry McCaffery. Postmodern Fiction: A Bio-

Bibliographical Cuide. Westport, Conn.: Greenwood Press, 1986. 189—214.

Swanson, Philip.yose Donoso: The Boom and Beyond. Liverpool: Francis Cairns, 1988.

—————. "Boom or Bust?: Latín América and the Not So New Novel." New 'Novel Review 1.1. (1993): 75-92.

Williams, Raymond L. The Postmodern Novel in Latin América. New York: St. Martín's

Press, 1995.

Eizbieta Skiodowska, author

 

 

NOVÍSIMA NARRATIVA: EL POST-BOOM Y LA POSMODERNIDAD

(Huellas 668-672)

La narrativa hispanoamericana más reciente (de 1975 en adelante), tras haber experimentado innovaciones vertiginosas en las décadas del sesenta y setenta que le merecieron el nombre de “nueva” ha sido designada, a su vez, con calificativos como "novísima", "posmoderna” o del "post-boom". Ninguno de los conceptos es preciso y hay quien dice que todos son malogrados, pero el término "post-boom" ha sido el más usado y el más criticado, tal vez, porque "tiene la desdicha de ser correlativo de otro movimiento, de hace un cuarto de siglo, que todavía se discute y cuyo nombre no fue ni muy acertado ni aceptado: el boom" (Giardinelli, 182). La mayoría de los escritores involucrados en el debate taxonómico optan por autodefinirse como "novísimos" Para ellos, la asociación con el "post-boom" significaría algo inaceptable- primero, la adopción de un término extranjero que tiene un matiz peyorativo debido a sus connotaciones comerciales y, segundo, un tácito reconocimiento del carácter meramente epigónico de su propia obra.

La línea divisoria entre la nueva y novísima narrativa suele ubicarse a mediados de los años setenta: la nueva narrativa es interpretada como producto de la década optimista de expectativas revolucionarias, mientras la novísima escritura queda estrechamente vinculada a la época de desilusión con los proyectos de democratización (ver los estudios de Marcos y Gutiérrez-Mouat). Novelas como De amor y de sombra (1984) de la chilena Isabel Allende (1942-     ), Ardiente paciencia (1985) de su compatriota Antonio Skármeta (1940-     ), La última canción de Manuel Sendero (1982) de otro chileno Ariel Dorfman (1942-    ) o El color que el infierno nos escondiera (1981) del uruguayo Carlos Martínez Moreno (1917-1986) y Días y noches de amor y de guerra (1978) de su compatriota Eduardo Galeano (1940-     ), pueden servir como una pequeña muestra de la enorme diversidad de formas que sirven para abordar la experiencia de dictaduras, violencia y exilio. (Tiene más que ver con la situación política de sus países ...)

Buscando una síntesis de los últimos años, Gerald Martín nota también un cambio generacional que se hace evidente con la muerte de escritores asociados con la eclosión y el reconocimiento universal de las letras hispanoamericanas (Neruda, Asturias, Carpentier, Cortázar, Borges, Rulfo). Para Skármeta, los "novísimos" son los escritores nacidos alrededor de 1940.
El grupo de la novísima narrativa
En la amplia nomina de autores que corresponden a este criterio generacional, los más reconocidos y leídos, junto a los ya mencionados, son: los cubanos Severo Sarduy ( 1937_  ) y Reinaldo Arenas (1943-1991), los argentinos Manuel Puig (1932-1991), Ricardo Piglia (1940-    ) y Luisa Valenzuela (1937-    ) y el colombiano Rafael Humberto Moreno Duran (1946-     ).

Quizás 1977 sería un año clave para tomarlo como punto de partida en nuestras consideraciones sobre la transformación de las formas narrativas, puesto que de aquí en adelante -al calor del éxito de los "novísimos"- entre los escritores más descollantes del boom puede observarse un progresivo abandono de formas estructuralmente complejas, herméticas, metaliterarias, a favor de novelas más accesibles al lector, organizadas alrededor de una trama-legible . Tras haber cultivado estructuras tan laberínticas como las de Conversación en La Catedral, El obsceno pájaro de la noche, Terra nostra y El otoño del patriarca: Mario Vargas Llosa, José Donoso Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez derivan con sus "novísimas" novelas hacia un estilo más sencillo y una organización del relato sobre un argumento fácil de seguir. Sin embargo, hay que notar que es engañosa la sencillez de novelas como La tía Julia y el escribidor (1978) de Vargas Llosa, La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980) de Donoso, La cabeza de hidra (1978) de Fuentes o Crónica de una muerte anunciada (1981) de García Márquez. En todos estos casos la aparente reproducción de modelos de literatura y cultura populares (literatura detectivesca, radionovelas, romance) desemboca en una transgresión por medio de las más diversas formas de humor (parodia, ironía, carnavalización, inversión y distorsión grotesca).

La novísima narrativa hispanoamericana recurre a la parodia con una insistencia peculiar. Se trata de algo más que una típica rebeldía cuyo objetivo sería la denigración de formas ya gastadas. Si bien algunos escritores, como el colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño en Breve historia de todas las cosas (1976) o Isabel Allende en La casa de los espíritus (1982) de hecho dirigen sus críticas contra los modelos discursivos asociados con el boom —como el realismo mágico—, otros autores reescriben textos anacrónicos con el objetivo explícitamente juguetón, pero exento de sarcasmo (la trilogía Femina Suite, 1977-1983  de Moreno Durán). La obra entera de Sarduy -escrita a partir de su contacto con el grupo parisino “Tel Quel” — parece inscribirse en esta veta de humorismo paródico subversivo, exuberante, cuyo blanco de ataque es la novela misma (Cobra 1972- Maitreya 1978; Colibrí 1983; Cocuyo 1990). En otros casos el humorismo va entreverado con una despiadada sátira social como en Palinuro de México (1977) del mexicano Fernando del Paso (1935-    ) o El bazar de los idiotas (1974 del colombiano Gustavo Alvarez Gardeazábal (1945-    ). Para Julio Ortega el hecho de que los componentes de "violencia", "injusticia", o "pasiones extremas" cambiaran ostensiblemente a "comedia", "intriga" o "pasiones banales" significó en su momento una despolitización peligrosa de la novísima narrativa y la necesidad urgente de ensayar perspectivas completamente nuevas.

Cuando se intenta esbozar un panorama de un fenómeno tan cercano como la narrativa en cuestión, las dificultades que surgen son insalvables. Cualquier tentativa de sistematización es en este caso debatible y parcial debido a la inmediatez de los fenómenos descritos y a la enorme diversificación formal de la escritura hispanoamericana de las últimas dos décadas. No menos significativo es el desdibujamiento posmoderno de la noción de canon y de género literario. Los críticos abordan la novísima narrativa desde varios puntos de vista, pero todos ponen énfasis en la noción de evolución literaria concebida en términos de continuidad y ruptura. Dicho de otra manera: mientras la novísima narrativa rechaza critica y parodia algunas premisas de la escritura precedente, al mismo tiempo profundiza en los temas heredados y consagra los recursos formales hasta ahora marginados. Resumiendo y simplificando al máximo las ideas de Giardinelli, González Echevarría, Marcos, Rama, Shaw y Skármeta, podría llegarse a un balance provisorio con respecto a las

características de la narrativa hispanoamericana a partir de 1975:                                                          

1) Recuperación del realismo distingue a los novísimos de la promoción anterior, cuyo interés recaía más sobre el proceso mismo de la creación (metaliteratura) y sobre las dimensiones imaginarias, mágicas y fantásticas de la experiencia humana (opinión de Rama).

2) Un tangible aumento de novelas de tema histórico que emprenden la tarea de releer la historia por medio de una reflexión metahistórica, que incluye la parodia y la distorsión grotesca con el objetivo de deconstruir la historiografía oficial. En este renacimiento de novelas históricas participan escritores de diferentes generaciones, nacionalidades y orientaciones ideológicas. Podrían atarse como ejemplos representativos: en Argentina, Los perros del paraíso (1983) y Daimón (1978) de Abel Posse (1936-    ), El entenado (1983) de Juan José Saer (1937-    ), La novela de Perón (1985) de Tomás Eloy Martínez (1944-     ), Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia; en México, Terra nostra (1975) y Gringo viejo (1985) de Carlos Fuentes, Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso, Los pasos de López de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983); El mar de las lentejas (1979) del cubano Antonio Benítez Rojo (1931-     ) y El arpa y la sombra (1979) de su compatriota Alejo Carpentier; Memoria del fuego (1982) del uruguayo Eduardo Galeano (1940-     ); La guerra del fin del mundo (1981) de Vargas Llosa y El general en su laberinto (1989) de García Márquez; Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979) del venezolano Miguel Otero Silva.

3) Auge del testimonio: la novela testimonial —que sigue el modelo establecido por el cubano Miguel Barnet con su Biografía de un cimarrón (1966)— llega a convertirse en una de las formas más cultivadas y críticamente reconocidas. En palabras de John Beverley, "un testimonio es una narración —usualmente, pero no obligatoriamente del tamaño de una novela o novela corta— contada en primera persona por un narrador que es a la vez el protagonista (o el testigo) de su propio relato. Su unidad narrativa suele ser una 'vida' o una vivencia particularmente significativa (situación laboral, militancia política, encarcelamiento, etc.)" (173). Lo que distingue al testimonio de formas autobiográficas tradicionales es la presencia de un editor solidario con la causa del pueblo que sirve de intermediario entre el testigo y el público lector. Estos textos se destacan por su originalidad, valor humano y estético, los siguientes testimonios: Si me permiten hablar (1977) de la boliviana Domitila Barrios de Chungara (ed. Moema Viezzer), Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1983) de la guatemalteca Rigoberta Menchú (ed. Elizabeth Burgos) y las novelas testimoniales Hasta no verte Jesús mío (1969) de la mexicana Elena Poniatowska (1933-      ), La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1983) del nicaragüense Omar Cabezas Lacayo y un día en la vida del salvadoreño Manlio Argueta (1935-    ).

4) El exilio interior y exterior, el motivo de distancia y desgarramiento conforma la escritura de numerosos autores, particularmente en la década del ochenta. Ejemplifican esta tendencia Luisa Valenzuela, Mempo Giardinelli y Daniel Moyano (1928-    ) (Libro de navíos aborrascas, 1983) de la Argentina, Cristina Peri Rossi del Uruguay, la chilena Isabel Allende y el escritor cubano Reinaldo Arenas (1943-1991) El exilio aparece también en la obra de los escritores antes reconocidos como en Primavera con una esquina rota(1983) y Geografías (1984) de1 uruguayo Mario Benedetti (1920-   ) o en El jardín de al lado (1981) del chileno Donoso.

5) La creciente importancia de autores no capitalinos y la vuelta a temas rurales y a la exploración de la tierra y de la denuncia social. Esta voluntad artística de recrear la realidad local, sin reducirla a la mera variante del regionalismo tradicional o a una modalidad del realismo exótico, aparece con particular insistencia en la obra de los mexicanos Eraclio Zepeda y Jesús Gardea y de los argentinos Mempo Gardinelli y Daniel Moyano.

6) El enriquecimiento de los distintos registros del lenguaje coloquial con las variantes regionales y la insistencia particular en el habla de los que —a causa de su clase social, raza, sexo o preferencia sexual- han sido marginados o considerados “periféricos” a la cultura dominante (burguesa, europeizante, patriarcal). La guaracha del Macho Capacho (1976) del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez (1936 -) ejemplifica esta tendencia.

7) La osadía en la exploración de la sexualidad. El decidido paso a formas de escritura erótica imaginativa está marcado por novelas como El beso de la mujer arana (1976) del argentino Manuel Puig, Monte de Venus (1973) de Reina Roffé (1951- ) la obra de Cristina Peri Rossi (Solitario de amor 1988) o la trilogía Femina suite (1977-1983) de Moreno Duran.

8) Una presenciamos establecida de la escritura femenina y el creciente reconocimiento critico de la misma. Además de las escritoras ya mencionadas, una nómina -lejos de ser completa— de las individualidades más descollantes de la novísima prosa incluye a: Elena Poniatowska, Isabel Allende, Rosario Ferré (1938-     ) Marta Traba (1930-1983), Diamela Eltit (1949- ), Albalucía Ángel (1939-).

9) En contraste con la prosa del boom, la novísima narrativa abandona tanto los grandes metadiscursos (el mito) como la obsesiva búsqueda de la identidad (latinoamericana
nacional). De acuerdo con las tendencias de la posmodernidad, el énfasis recae en la fragmentación de la identidad y del canon estético. De ahí la insistencia sobre lo local, lo diferente, lo periférico, según observa Doris Sommer al estudiar lo que ella denomina el regionalismo cultural judío, cuyos representantes más destacados son el peruano Isaac Goldemberg (1945-     ) con su La vida a plazos de don Jacobo Lerner (1976) y el argentino Mario Szichman (1946-     ) con su saga de la familia de los Pechof. 

En resumen: la copiosa producción novelística de los setenta y ochenta en Hispanoamérica demuestra una diversificación de estilos y tendencias ideológicas. A pesar de una vuelta hacia modelos narrativos más "legibles" —user friendly, diríamos, tal vez, en inglés— incluso novelas como El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989) de García Márquez o Vigilia del almirante (1992) de Augusto Roa Bastos, no pueden llamarse "tradicionales" en el sentido estricto de la palabra. No cabe duda de que la experimentación formal —llevada a sus proporciones vertiginosas en las décadas anteriores— ha dejado una huella indeleble sobre la manera en la que el narrador hispanoamericano enfrenta y moldea la complejísima materia llamada Latinoamérica.

BIBLIOGRAFÍA
Ainsa, Fernando. "La nueva novela histórica latinoamericana." Plural 240 (1991): 81-85.

Beverley, John, y Marc Zimmerman. "Testimonial Narrative." Literature and Politics in the Central American Revolutions. Austin: University ofTexas Press, 1990. 173—211.

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Gutiérrez-Mouat, Ricardo. José Donoso: impostura e impostación. La modelización Indica y carnavalesca en la producción literaria. Gaithersburg, Md.: Hispamérica, 1983.

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Cultura, 1982.

Shaw, Donald. "Towards a Description ofthe Post-Boom."5u//e£in ofHispanic Studies 66  (1989): 87-94.

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Eizbieta Skiodowska